4 feb 2015

Cuando el orgullo vence al sentido común


Carmen Román (1º Bac C)
Abrí la puerta lentamente porque sabía que chirriaba. Chirriaba mucho. Las otras noches no había habido nadie en la casa, esta vez era diferente: todos estaban allí. Dormían tranquilos, o al menos eso esperaba yo.  Anduve muy despacio hacia la cocina. Un paso. Dos pasos. Tres pasos. Tanto silencio comenzó a angustiarme, el suelo hacía un leve sonido que iba al compás de mis andadas. El sonido se metía en mis oídos. ¡¡¡Puf!!!Una cuchara. Era una cuchara que se había caído al suelo. Sonó por todo el chalet, no fue para tanto pero en mis oídos sonó como un gran estruendo. No podía perder tiempo, en cualquier momento llegaría mi jefe y no habría tiempo para rectificar. Abrí el cajón ansiosa por encontrar aquello que tanto andaba buscando... pero no fue así. Allí solo pude ver artilugios de cocina. Busqué y busqué y no encontré nada. Mi frustración era máxima y no pude evitar soltar un grito que esta vez no me preocupó tanto. Silencio otra vez. Esta vez acompañado de unos pasos que ahora no eran los míos precisamente. Entonces, por primera vez vi su rostro. El padre de la familia. Tenía un aspecto enfadado, y desaliñado. Llevaba una bata gris hasta el suelo que arrastraba a medida que se acercaba a mí, mirando a su alrededor.

-          ¿Cómo has entrado? ¿Qué haces aquí? Ya te dejé claro que no quiero que involucres a mi familia en los asuntos del trabajo.
-          Esta vez no vengo por mi cuenta. Es Josh, él me ha mandado a buscar eso.
-          ¿Josh? Le he dicho mil veces que se ocupe de sus asuntos. ¿Cuánto te paga?
-          Me merece la pena.
-          Escúchame, te lo daré pero mañana por la mañana temprano lo quiero en mi despacho. Ni un día más, ¿me oyes? Estoy harto de vuestras estafas. Nosotros en ningún momento vamos a ponernos a vuestra altura.-me miró de arriba a abajo, se agachó y cogió la llave.- Toma, con ella abriréis la sala. No quiero que metáis más de tres cuerpos.
-          De acuerdo, yo se lo diré a Josh.
-          La próxima vez os pediré un alquiler, el local es mío y guardo mis “cosas”-una voz le interrumpió.
-          ¿Cariño?- la rubia mujer gemía desde su habitación.
-          He bajado a beber agua, subo en un momento. Corre, vete. Mañana por la mañana quiero la llave en mi despacho y recuerda: sólo tres cuerpos.

        Salí corriendo de la casa y satisfecha por obtener mi objetivo. Justo enfrente estaba Josh, como no, con esa sonrisa maléfica pintada en la cara.

-          ¿Ha salido todo como lo planeamos?
-          No he tenido problemas para entrar, pero Alfonso me ha visto.
-          ¿Cómo? ¿Que te ha visto? Te dije que tuvieras cuidado y fueras prudente, Laura.- su acento americano me mataba. Su voz era muy sensual y estaba locamente enamorada de él, pero aquella aventura que tuvimos no fue más que eso... una pequeña aventura entre jefe y empleada.
-          Lo siento señor, era la primera vez que entraba estando ellos dentro. Ha sido él quien me ha dado la llave. Me ha dicho que le diga que no metamos más de tres cuerpos y que mañana le devolvamos la llave. La próxima vez tendremos que alquilárselo.

Todavía eran las 3 de la mañana, había tiempo para realizar todo el proceso. Fuimos hasta el vertedero, allí estaban cinco inocentes a quienes el destino había traicionado. Muertos. Era una noche fría y la espesa niebla apenas nos dejaba ver. Josh me señaló un cuerpo y me hizo un gesto para que lo metiera en el maletero del coche. Me tocó una mujer de cabellos oscuros. Fui a cogerla y al verle la cara, la mía cambió de inmediato. Era Gloria, compañera mía desde primaria. Nunca me habían impactado estas cosas de la muerte, porque al fin y al cabo cuando es tu trabajo te acabas acostumbrando, pero esta vez no fue igual. Me entraron ganas de llorar, pero no lo hice. Sabía que a Josh no le gustaba y además era mi trabajo, debía realizarlo dejando de lado mis sentimientos. Metí a Gloria en el maletero con mucho cuidado, como si todavía fuera a sentir el golpe... Detrás de mí estaba Josh con dos cuerpos más a los hombros. Nos montamos en el coche y nos fuimos directos a la nave de Alfonso, no tardamos más de 20 minutos.

Hacía frío y el vestido negro de cuero ya no me abrigaba, por muy pegado que estuviera. Josh se percató y puso su mano caliente sobre mi rodilla mientras seguía mirando hacia la carretera. No paraba de sonreír. Al fin llegamos.

-          No hay ni un alma- sonaba irónico.
-          Justo como esperaba, es lo que tiene el trabajo nocturno.- Josh me sonrió y abrió la puerta. No sabía si en su frase incluía alguna indirecta...

La sala era grande, y como siempre, estaban los cuerpos amontonados y muy bien organizados por sexo y edad. Dejamos los nuestros apartados del resto, mañana temprano ya no estarían allí.


Josh me llevó a casa y se despidió con una mirada que yo consideraba mágica y cautivadora. Sí, sobretodo eso: cautivadora. Puse la tele y me dormí en seguida. En menos de dos horas ya estaba despierta y no tenía sueño. Eran las 6:30 AM y decidí devolver la llave como se me había dicho. Llegué y las oficinas estaban medio vacías, Alfonso trabajaba en la administración de una pequeña empresa de azulejos pero su sueldo era muy bajo y no llegaba para alimentar a su familia. Nunca he sabido cómo su mujer ha podido ser tan necia todo este tiempo y ni si quiera ha sospechado sobre su segundo y secreto trabajo. Era temprano aún y no tenía nada que hacer, así que tomé una decisión que, sin saberlo, cambiaría mi vida. Cogí el coche y me dirigí directamente hacia la nave de Alfonso, Josh no podía enterarse de nada de eso, ¡me mataría! Nos tenían terminantemente prohibido saber qué pasaba con los cuerpos una vez almacenados allí, pero yo estaba harta de pertenecer a esa gran mafia y no poder enterarme de nada. 

Sabía que sobre las 7:00 llegaban las furgonetas al local así que me apresuré para seguirlas sin perderlas de vista. Eran 3 y las conducían unos hombres muy gordos. El recorrido fue largo y tras muchos kilómetros, al fin llegamos a nuestro destino. Los hombres no me habían visto. Ellos accedieron a un garaje enorme, en el que yo no me atreví entrar. Aparqué el coche lejos y fui corriendo hasta la enorme nave, que estaba perdida de la mano de Dios en mitad de la nada. Vi una puerta por la que no pasaba nadie y me las avié para entrar disimuladamente. Entonces sentí algo extraño, algo que no había sentido nunca. No podía creer lo que estaban viendo mis ojos. En ese momento solo deseaba despertar del sueño, de la pesadilla… y eliminar esa escena de mi mente. Pero no fue así. Comencé a marearme, me llevé las manos a la boca  y rompí a llorar. Era una gran cadena de máquinas que limpiaban, troceaban y embasaban (en ese orden) partes de cuerpo humano. Me quedé un momento ahí, sin saber cómo reaccionar. Miles de preguntas arrasaron mi mente, preguntas que ensuciaban mi conciencia. 

Salí corriendo por otra puerta, esta vez con un sentimiento de miedo que no sería capaz de explicar. Vi entonces un camión enorme que anunciaba a través de un cartel rojo “Embutidos de Cerdo”. Reflexioné entonces, hacía tiempo que no lo hacía. Me di miedo a mí misma, saber que yo estaba involucrada en toda esa estafa me consumía y me angustiaba de una manera horrible. Me dirigí hacia el coche, me monté en él y temblando lo arranqué. Conduje muy rápido y casi sin parpadear estuve durante todo el camino. Llegué al vertedero y desesperadamente busqué un cristal que lo utilicé como arma para acabar con mi mísera vida. Y allí terminó mi recorrido en este mundo y con él mis ganas de deshacer todo lo que en mi vida había hecho.